The Untold Story of Muslim Opinions & Demographics [opinión]
Raheel Raza, president of Muslims Facing Tomorrow
Lo que podría haber hecho el Alcalde de Zaragoza
Lo que se relata lineas abajo no ha ocurrido, pero debería de haber ocurrido, no sólo en Zaragoza, sinó en toda ciudad a donde inmigrantes musulmanes llegan…
«…apoyo al alcalde de Zaragoza, (Aragón) que ha rehusado suprimir la carne de cerdo en las cantinas escolares. Los padres musulmanes piden la supresion de la carne de cerdo en las cantinas escolares y el alcalde ha rehusado categóricamente, enviando una nota a todos los padres para explicarles el porqué:…»
– Para que los musulmanes comprendan que deben adaptarse a Aragón y a España, a sus costumbres, a sus tradiciones, a su modo de vida, ya que son ellos los que han elegido emigrar.
– Para que comprendan que deben integrarse y aprender a vivir bien en Aragón y España.
– Para que comprendan que son ellos los que deben modificar su modo de vida y no los aragoneses y españoles, que los han acogido generosamente.
– Para que comprendan que los aragoneses no son xenófobos ni racistas, puesto que han aceptado a numerosos emigrantes musulmanes (al contrario que los musulmanes, que no aceptan a los extranjeros no musulmanes en sus paises).
– Que los españoles , como otros muchos países, no piensan renunciar a su identidad, a su cultura, a pesar de los golpes de los internacionalistas.
– Que si Aragón y España son tierra de acogida, no es el presidente Javier Lambàn y su gobierno de izquierda quien acoge a los extranjeros, sino el pueblo español en su conjunto.
– Que comprendan, al fin, que en España con, y no a pesar de, sus raíces judeo-cristianas, sus árboles de Navidad, sus iglesias, y sus fiestas religiosas, la religión debe quedarse en el estricto dominio privado, y la alcaldía tiene razón cuando rehusa todo compromiso al islam y a su religion (la sharia).
– A los musulmanes, a los que molesta la laicidad y que no se encuentran bien en España , les recuerdo que existen 57 magníficos países musulmanes en el mundo, la mayoría de ellos medio poblados y dispuestos a recibirlos con los brazos abiertos para respetar la ley de la sharia.
– Si habéis dejado vuestros países para venir a España y no para ir a otros países musulmanes, con vuestras mismas costumbres, es porque habéis considerado que la vida en España es mejor que en otros lugares.
Tercera Guerra Mundial
Tercera Guerra Mundial
Por Ron Ben-Yshai
(Yediot Ajaronot 14/11/2015)
Es hora de que lo reconozcamos: Estamos en medio de la Tercera Guerra Mundial. Una guerra que será diferente a las otras dos pero que también ella se llevará a cabo en todo el mundo. Por tierra, mar y aire. Esta es una guerra entre el Islam yihadista y la civilización occidental; una guerra entre el Islam radical y todos aquellos que se niegan a renunciar a sus valores y frente a sus exigencias políticas. Esta guerra la tendremos que luchar en el suelo – con tanques divisiones y americana, con franceses y británicos que actuarán en Siria e Irak, así como con medidas de seguridad adoptadas en los cruces fronterizos y por las fuerzas especiales y las agencias de inteligencia en Bélgica, Francia, Alemania, así como en Filipinas, China y Rusia. Llevaremos a cabo esta guerra en el Mar Mediterráneo y con aviones de combate que bombardearán desde el aire las concentraciones de ISIS y de Al-Qaeda a lo largo de Asia y África y con medidas de seguridad adoptadas en los aeropuertos y los aviones de pasajeros en todo el mundo. Esta será la imagen de la tercera guerra mundial, la cual también nosotros somos parte, y no desde ahora.
Las señales nos indicaban que de inmediato que se trataba de una acción de ISIS, quién después ha asumido su responsabilidad – y puede ser visto como un reflejo de la estrategia establecida por la organización: Asestar golpes terroristas dolorosos en donde le es fácil actuar y en donde puede lograr una victoria propagándistica con el mínimo esfuerzo y riesgo.
Podemos ver el comienzo de la ofensiva actual en la explosión del avión ruso sobre el Sinaí hace tres semanas. El ataque en Paris opera de acuerdo con la misma estrategia. Es probable que el ataque haya sido planeado durante muchos meses aunque el transfondo es el mismo que en el avión: ISIS sufre ahora fuertes golpes en Siria e Irak y pierde bases importantes en el corazón del Califato Islámico que desea establecer. Así, ISIS golpe en la retaguardia del enemigo y Europa, como de costumbre, es la primera en absorber el ataque.
ISIS y Al-Qaeda prefieren atacar en Europa ya que la consideran la cuna del cristianismo y debido a que las organizaciones fundamentalistas islámicas todavía la ven como la patria de los Cruzados, quienes en el pasado y en los actuales tiempos emprenden una guerra religiosa y cultural contra el Islam.Francia y París han sido seleccionadas para este asalto combinado ya que Francia se situó en la vanguardia de la lucha cultural y religiosa contra el Islam radical. También es el blanco más fácil para el ataque.
¿Por qué Francia?
Francia fue el blanco para este asalto combinado del Islam radical no sólo porque tiene una tradición de defensa de los derechos humanos y la libertad de movimiento, sino porque Francia y la cultura francesa son un símbolo de todo lo que el Islam radical teme y por lo que ha dedicado su guerra santa.Francia promulgó una prohibición para que las mujeres usen la Hijab en lugares públicos, la Corte Suprema permitió que la revista “Charlie Hebdo” publique caricaturas del profeta Mahoma y últimamente el Presidente Hollande rechazó la petición del presidente de la musulmana Irán, Rouhani, de no ofrecer alcohol en una cena en su honor. Todo esto es un desafio a los yihadistas, algo que nadie desde occidente los ha emulado hasta ahora. Así que esa es la razón principal por la que Francia está de luto tras el asesinato de 150 personas inocentes.
La segunda razón es que en Francia vive la población musulmana más grande y más antigua de Europa que vive en las grandes concentraciones urbanas, en su mayoría en barrios pobres. Es el terreno ideal para predicar el Islam radical en las mezquitas de los barrios. Los terroristas de ayer hablaba francés con fluidez y podemos asumir, al menos, que algunos de ellos eran ciudadanos franceses de ascendencia del norte de África y de otros países musulmanes de África y Asia. De este modo pueden integrarse en la población civil para escoger sus objetivos, recoger información y huir después de hacer el atentado.
No queda claro si todos los terroristas eran suicidas o si parte de ellos escaparon. Es por ello que el gobierno francés ha impuesto un toque de queda parcial y ha ordenado la introducción de tropas militares a las calles en muchas ciudades, las mismas medidas adoptadas por Israel cuando comenzó la actual ola de terrorismo. El objetivo es que la presencia de grandes fuerzas de seguridad ayude a disuadir “ataques de imitación” o atentados de “continuación”; tanto de terroristas que sobrevivieron al asalto original o por parte de otras personas y grupos de musulmanes.
La tercera de las razones es por el hecho que Francia está en el corazón de Europa Occidental y el medio de países con grandes comunidades de inmigrantes musulmanes. La libertad de movimiento entre los países europeos según el Acuerdo de Schengen permite a los combatientes que se ayuden de otros qye ya han hecho su “bautismo de fuego” en el Medio Oriente y también permite el contrabando de armas requeridas para llevar a cabo ataques terroristas.
Enormes cantidades de armas y municiones llegan a Europa desde Libia, a través de Sicilia, Malta, Grecia y muchos otros lugares. Las armas libias se mueven como una ola por Europa y están disponible para todos lo que las deseen y se pueden transferir sin ninguna dificultad, como hemos visto en los ataques anteriores, incluso de estado a estado. Lo mismo ocurre con los explosivos, aunque en este asunto resulta fácil para los terroristas fabricar explosivos con medios locales – acetona y peróxido de hidrógeno, por ejemplo. La información está disponible para todos, y Hamás ya ha demostrado que durante la segunda intifada los terrorista se pueden equipar con un cinturón explosivo que contenía explosivos, hecho en casa, y que no es menos mortal. Un proceso similar ocurrió en Irak, y ahora es Francia que sufre por lo mismo.
Otra de las razones para la elección de Francia es el hecho de que París es considerado el centro de la cultura europea y la central de los medios de comunicación. Así… el ataque tiene el mayor efecto en las consciencias de las personas. El horror se dispersa eficazmente. Parece que los atacantes estaban equipados con una serie de mensajes que transmitieron para que las víctimas que sobreviviesen los citasen en los medios de comunicación, sedientos de todos los detalles: “Ustedes nos bombardean en Siria y nosotros los bombardeamos en París”. También estaban vestidos para crear intimidación, como si fueran actores de las películas de terror de Hollywood, aunque las armas y explosivos eran reales. ISIS entremezcla eficazmente el mundo virtual con el mundo real y este es el secreto de su éxito y la magia que provoca entre los jóvenes musulmanes en Occidente.
Cambiar la percepción
Para llevar a cabo ataques terroristas en siete objetivos diferentes se necesita un montón de tiempo y una organización elaborada. Debe haber un plan para almacenar armas y explosivos, se deben elegir objetivos, recopilar información en la fase de preparación, se tienen que reclutar al menos algunos que esten dispuestos a ser terroristas suicidas y que estén dispuestos a morir, deberían visitar la escena del ataque y prepararse cerca antes de la ejecución. Por lo tanto, es posible estimar que el ataque fue planeado desde hace meses pero se esperó una oportunidad estratégica.
No hay ninguna conexión entre la presente ola de emigración hacia Europa y el ataque actual. Los inmigrantes se escaparon hace poco, aunque algunos de ellos sean musulmanes radicales, aún no están listos para llevar a cabo ataques terroristas. Ellos no conocen la escena como si lo conocen los ciudadanos franceses con plenos derechos.
Tenemos que prepararnos para nuevos ataques, no sólo en Francia, sino en toda Europa. Para eso, Europa tendrá que retomar el pleno control de sus fronteras y deberá lidiar con audacia con el dilema de defender los derechos humanos e individuales frente a la necesidad de garantizar su seguridad. Hasta el momento, los países de la UE, y no podemos condenarlos por eso, han escogido por la libertad individual de los ciudadanos sobre la defensa contra el terrorismo. Ahora Europa y especialmente Francia… tendrán que concluir que el derecho individual más importante es el derecho a la vida.
No hay aquí un fracaso especifico en los servicios de inteligencia sino que hay un defecto en toda una percepción que debe ser repensado. Occidente tendrá que establecer un aparato de inteligencia conjunta para realizar evaluaciones y emitir alertas inmediatas – y eso refiere no sólo a Francia y a los países de Europa occidental, sino también a Rusia, China y otros países. Los países europeos tendrán que establecer fuerzas especiales en las grandes concentraciones urbanas, tambien en las medianas y en las pequeñas, para poder reaccionar rápidamente ante cualquier advertencia y la inteligencia. La forma en que Israel se las arregla para reunir información de inteligencia y actuar rápidamente como SWAT (IAMAM), la unidad operativa de Shin Bet tanto como las unidades especiales de las Fuerzas de Defensa de Israel, deben servirles como modelo.
Israel debe servir como un modelo a imitar. Obviamente los burócratas europeos, los dirigentes profesionales de la UE, en un primer momento, se van a oponer a la adopción de este modelo, pero la realidad, probablemente, se les teminará imponiendo. Ellos también tendrán que promulgar leyes para que estos mecanismos de recopilación de unidades de contrainteligencia puedan responder rápidamente para actuar con rapidez y decisión para evitar los ataques antes de que ocurran y manejarlos de forma rápida scuando ya están en ejecución.
La Guerra Mundial entre el Islam fundamentalista radical-asesino y la civilización occidental – de hecho cualquier persona que no sea musulmana – tiene que ejecutarse sin compromiso y sin medias tintas… por tierra, aire y mar. En Bruselas puede no gustarle eso pero todos estamos en el mismo barco y no, la ola de terrorismo que no tiene ningún tipo de relación con la “Ocupación de Palestina”.
Ron Ben-Yshai, especialista militar para el medio oriente, es analista para los principales medios de comunicación de Israel.
Why Israel waits: Anti-solutionism as a strategy [Opinión]
Israeli national security strategy can seem baffling. Many observers in the United States and Europe, for example, wonder how Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu could have warned for years that Iran’s nuclear program [1] posed an existential threat to Israel yet has balked at the international community’s attempts to defang it. By raising concerns about the nuclear deal [2] between Iran and five great powers without offering a convincing alternative, Netanyahu has appeared to oppose any solution at all. Instead, as Philip Hammond, the British foreign secretary, said in July, Netanyahu is acting as though he would prefer “permanent state of standoff” with Tehran.
Nor do Israeli leaders seem to have a clear answer in mind for how to solve the country’s conflict with the Palestinians. The country faces nearly universal opprobrium for its occupation of the West Bank and the looming possibility that it will have to sacrifice either its democracy or its Jewish demographic majority should it not pursue territorial partition with the Palestinians [3]. Yet few in the Israeli government offer realistic strategies for ending the conflict. Netanyahu himself has gone back and forth, declaring his support for a two-state solution in theory, indicating that he does not believe one can emerge in the foreseeable future, and offering no alternative solution in its place.
What lies behind the absence of a constructive Israeli national security agenda, however, is neither illogic nor confusion but rather a belief that there are currently no solutions to the challenges the country faces and that seeking quick fixes to intractable problems is dangerously naive. Kicking problems down the road until some indefinite future point at which they can be tackled more successfully therefore does not reflect a lack of Israeli strategy; rather, it defines Israeli strategy. This strategy is at times wrong, but it is not absurd.
Israel’s strategic conservatism—the notion that it can be better to bide one’s time and manage conflicts rather than rush to try to solve them before the conditions are ripe—is not inherently bad and has in fact served Israel well in some cases. In others, as in the conflict with the Palestinians, it has damaged the country’s prospects. Whether or not this strategy is effective, U.S. policymakers need to grapple with it as they make their own decisions about how to address the problems in the Middle East.
PLAYING IT SAFE
At his core, Netanyahu is not so much hawkish as conservative: determined to avoid revolutions, wary of the unintended consequences of grand policy designs, and resolved to stand firm in the face of adversity. He is deeply pessimistic about change and believes that Israel, a small country in a volatile region, has a minuscule margin for error. Despite what many progressive Europeans think, such a worldview does not constitute warmongering. Nor, as some Obama administration officials have suggested [4], does it constitute weakness or cowardice, even though Netanyahu’s rhetoric relies heavily on fear. Instead, at its best, it is a view of leadership as stewardship rather than transformation, one in which potential losses loom far larger than potential gains.
Applied to the Palestinian case, this worldview is best articulated not by Netanyahu but by Israeli Defense Minister Moshe Yaalon. In his 2008 book, Derekh aruka ktzara (A Longer Shorter Way), Yaalon decried what he termed “solutionism” and “nowism”—the idea that “Israeli society wants a solution, and it wants it now!” Such impatience, he argued, cannot accommodate chronic problems or open-ended conflicts; rather, it demands neat solutions, no matter the cost. For Yaalon and others in Israel, solutionism is perhaps best embodied by the can-do pragmatism of the American foreign policy ideal, which they believe assumes that any problem can be solved through sufficient will and enterprise.
Yaalon finds solutionism dangerous, since it feeds the belief among Israel’s enemies that Israel can be worn down though gradual concessions and prevents them from recognizing that Israel cannot be defeated. Today’s impasse, he believes, stems not from a lack of political ingenuity or will but from a Palestinian refusal to accept the essence of Zionism, which is that Jews have a right to a state of their own in the land of Israel. Only when that is no longer in question, he and Netanyahu believe, can a negotiated settlement emerge, and there is no reason to believe that will happen anytime soon.
This strategic pessimism is reflected in the vagueness of Israeli leaders’ descriptions of an eventual solution to the conflict. Netanyahu has expressed hope for some version of a two-state solution, but Yaalon and many others in the Likud Party reject it outright. Naftali Bennett, a senior cabinet minister who heads the right-wing religious party the Jewish Home, is particularly illustrative. At a June 2013 gathering organized by the Yesha Council, Israel’s main settler body, he described the medical dilemma of a friend from his military days who had a piece of shrapnel lodged near his backside. Operate to remove it, and the procedure could paralyze him; live with it, and he could continue to walk, although not without pain. He argued that Israel was in the same situation with regard to the Palestinians and that it should learn to accept the unpleasantness of the current state of affairs rather than risk catastrophe in trying to resolve the conflict.
A similar logic defines Israel’s policy toward Iran [5]. In recordings leaked to an Israeli television outlet in August, former Israeli Defense Minister Ehud Barak was heard discussing details of a debate within Israel’s inner security cabinet about a possible military strike on Iran’s nuclear facilities. Three times, Barak said, he, Netanyahu, and then Foreign Minister Avigdor Lieberman argued in favor of a strike, only to be blocked by other Israeli leaders (including Yaalon). Unwilling to pursue either a military strike (which would provide only a short-term remedy) or a realistic negotiated settlement, the government has opted for the perpetuation of the status quo—a policy of mobilizing forces to deter Tehran in an open-ended confrontation. U.S. President Barack Obama may have challenged the nuclear deal’s opponents to propose a better solution, but for Netanyahu, such a solution was never the point.
Under the Netanyahu-Yaalon approach, Israel’s relations with both the Palestinians and Iran are likely to remain unresolved until the distant future; they will remain managed stalemates that persist until there is some sort of fundamental shift in the landscape, such as a generational change in attitudes or a regional upheaval.
THE EVOLUTION OF ISRAELI SKEPTICISM
This worldview is far from unusual in Israel. On the Palestinian issue, in fact, Yaalon is an exemplar of middle-of-the-road Israelis, who genuinely hoped that the peace process of the 1990s would succeed and were deeply disillusioned by its failure.
Yaalon grew up in a left-leaning home and initially supported the Oslo Accords, the agreements between Israel and the Palestine Liberation Organization, starting in 1993, that aimed to pave the way to a final-status deal between the two sides. As the chief of Israeli military intelligence in the years that followed, however, he came to reassess Palestinian intentions. He observed frequent calls for violent resistance by Palestinian leaders, denials that Jews could self-identify as a nation or that they have a historic connection to the Holy Land, and the failure of the Palestinian leader Yasir Arafat to crack down on terrorism in the run-up to the Hamasled bombings of early 1996.
Over time, the Israeli public echoed Yaalon’s loss of confidence in the peace process. Many Israelis grew disillusioned with Arafat after watching his actions during the negotiations at Camp David in 2000 and especially during the second intifada that followed. Barak, then prime minister, had made more concessions in the negotiations than most Israelis had expected, only to be rebuffed by Arafat and answered with a violent uprising. “The picture that is emerging, is that there is apparently no partner for peace,” Barak said in October 2000[6], and many of his compatriots agreed.
During this period, Israel started to try to solve its regional problems unilaterally. Israel withdrew its forces from southern Lebanon in 2000 and then evacuated all settlements and troops from the Gaza Strip in 2005. But when attacks against Israel continued to emerge from both areas, the Israeli public grew disenchanted with unilateralism as well.
The years since have not been kind to Israeli optimism about any of the Middle East’s problems. Multiple rounds of negotiations between Israeli leaders and Arafat’s successor,Mahmoud Abbas [7], have failed to bring peace. Countries bordering Israel have erupted in political turmoil and horrific violence in the wake of the Arab Spring. And behind the rocket fire, kidnappings, and perennial flareups that have defined their more immediate anxieties, many Israelis have seen Iran’s hand: both in Hezbollah, which straddles the line between a Lebanese political party and an Iranian proxy militia [8], and in Hamas, a Sunni Islamist militia that has at times received Iranian support.
With Israel having failed to achieve normalcy through negotiations, unilateral withdrawals, or brute force, most Israelis have concluded that normalcy is not theirs to be had. They need to brace themselves for a long fight and avoid the temptations of grand plans. They will not be fooled again. Indeed, in a poll conducted by the Israel Democracy Institute and Tel Aviv University in August, 67 percent of Israeli respondents said that they did not believe that negotiations between Israel and the Palestinians would produce peace in the near future, even if most of them supported such negotiations.
In the absence of viable long-term remedies for the conflict with the Palestinians, some observers have developed half-baked alternatives. These run the gamut from one-state proposals with full citizenship for Palestinians (usually excluding those in the Gaza Strip) to condominiums of various kinds and even to a single state without full democracy. Even the Israeli leadership disagrees on the ends that ought to be sought with the Palestinians. Netanyahu has supported a two-state solution [9], at least in principle; Yaalon has rejected one; and Bennett has called for Israel to annex most of the West Bank, although he has also acknowledged that this is unlikely to be realized in the near future. Israel’s leaders agree only on the short-term means to pursue in the absence of a long-term strategy: to maintain what appears to be the status quo even as the ground is actually slowly shifting beneath their feet.
This short-term consensus also holds with respect to Iran. Although there have been sharp disagreements within the Israeli establishment over the wisdom of a unilateral military strike against Tehran’s nuclear facilities [10], and some disagreements on the nuclear deal, few Israeli policymakers see a solution to the problem besides organic, homegrown regime change. Netanyahu’s strategy by default has therefore been conflict management, the postponement of decisions, and deterrence. That this approach fits his worldview perfectly is no coincidence.
WHERE ANTI-SOLUTIONISM FAILS
A conservative approach can be wise at times, and Netanyahu’s caution has served Israel well on some fronts. So far, he has generally done a good job managing Israel’s borders with Egypt and Syria, for example, mostly staying out of the turmoil in both those countries while protecting core Israeli interests. But on balance, Netanyahu’s strategic conservatism has damaged Israel’s international standing and restricted its room for maneuver.
Whether or not the Iran nuclear deal succeeds, there is little doubt that Netanyahu’s stance has isolated Israel internationally, strained its alliance with the United States, and strengthened critics’ view of Israel as rejectionist. Indeed, Netanyahu’s conditions for an acceptable deal with Iran were so stringent that they seemed to preclude any agreement at all, despite his claims to the contrary.
On the Palestinian issue, too, Netanyahu and Yaalon have set their policy standards so high as to block realistic progress. Their demand that the Palestinians accept the idea of Israel as a nation-state makes sense in the context of reconciliation between the two parties, especially in light of the Palestinians’ demand for the right of return for refugees and their descendants. Yet if a practical peace is ever to be achieved, Israeli and Palestinian leaders will need to accept that their demands will be only partially met. A full right of return for Palestinians, for example, will simply not be possible under any realistic settlement, and even those Palestinians who accept the existence of Israel are not likely to forget their dismay at its creation. Conditioning peace with the Palestinians on their acceptance of Zionism’s basic principle is therefore not only a stretch; it also confuses perfect conflict resolution for achievable peace—which tends to be ugly, practical, and unsatisfying. In this sense, Netanyahu’s anti-solutionism reflects just as much naiveté as the solutionism he and Yaalon have decried.
Properly applied, moreover, strategic conservatism should keep a country’s long-term options open. In the case of Israel, that would entail maintaining the possibility of a future Israeli-Palestinian partition, an objective that Netanyahu has claimed to support.
Yet Israel’s current approach is gradually ruling out this long-term objective. Yaalon and Bennett vigorously support settlement construction in the West Bank [11]. Netanyahu has also advanced settlement construction, although often on a more limited scale. If the conflict lasts for decades, as Yaalon has suggested it must, such settlement construction will render Netanyahu’s stated goal of partition increasingly impossible. This logic is not lost on right-wing Israelis, many of whom support settlement construction precisely to eliminate the future possibility of a two-state solution.
Netanyahu’s muddled settlement policy reflects an attempt to accommodate both international pressure and the demands of his right flank. Yet his dance between progressives abroad and the right wing at home has convinced neither of his commitment. As in the immediate aftermath of the Iran deal, Netanyahu has failed both to persuade his critics of his sincerity and to effect change. Instead, he has cast himself as a rejectionist.
A cautious strategic approach, finally, makes sense only when the passage of time works in one’s favor. Time is indeed on Israel’s side with respect to many of its traditional Arab adversaries, which are so mired in internal conflict that they currently pose no conventional threat to Israel and are unlikely to anytime soon. Israel also has a dynamic economy and a robust nuclear security blanket.
With respect to the longstanding Israeli-Palestinian conflict, however, time is decidedly not on the side of either Israel or the Palestinians. To begin with, Israel’s control over many aspects of Palestinian affairs has created widespread anger and disgust toward Israel abroad, with increasingly harsh consequences for its international standing and its relations with the United States. More important, Palestinian politics and society are unstable. As time passes and the prospects of a peaceful resolution to the conflict recede, the political fortunes of those Palestinians who advocate compromise in negotiations with Israel will wane, and those of Hamas and other militant groups pushing for violent conflict will ascend.
Israel’s open-ended control over millions of non-citizen Palestinians, meanwhile, has strained the country’s otherwise robust democracy. The festering conflict and the country’s lack of defined, recognized borders have encouraged extreme nationalism and divided Israelis. Indeed, Israel’s continued control over Palestinian affairs has strengthened chauvinistic, racist, and violent tendencies on the fringes of the Israeli right.
Israel’s strategic anxiety understandably derives from the Jewish people’s long history of persecution. Yet the overly cautious policies that anxiety has produced in recent years are an unfortunate departure from the can-do spirit that has historically characterized Israel. Indeed, twentieth-century Zionism was at once wildly idealistic in its goals and pragmatic in its execution, transforming Jewish history rather than succumbing to it. Israel’s current leaders should likewise seek to proactively shape their country’s future, even if the outcome falls short of the ideal.
WHAT WASHINGTON CAN DO
In some ways, Obama shares Netanyahu and Yaalon’s measured approach to the Middle East. With respect to Iran’s nuclear program and the Israeli-Palestinian conflict, however, U.S. and Israeli policymakers diverge dramatically. On both issues, Netanyahu has hoped for greater conservatism from Washington, which has instead sought bold moves toward resolution. Since neither party’s basic philosophy is likely to change much in the near future, it makes sense for both Washington and Jerusalem to recognize their basic differences—on which confrontation is hardly productive—and focus on identifying and actively addressing those areas where their divisions harm both countries’ long-term interests.
Iran’s nuclear program is the place to begin. Although it is possible that the lifting of the sanctions will create a more cooperative Iran, it is at least as probable that the regime’s nature and goals will remain grimly familiar. Should this be the case, the United States and other world powers will need to work hard to ensure that Iran complies with the nuclear deal for many years to come.
Netanyahu’s rhetorical opposition to the Iran deal has so far distracted from what is most needed in practice: a joint U.S.Israeli strategy that deters Iran from violating the terms of the deal and sets the stage for a successful nonproliferation plan for after the deal’s elements expire. First, the United States should make clear that it is willing to bear the diplomatic costs of calling Iran out on even small infractions, because failing to do so would cause the deal to lose force over time. Next, Israel and the United States should better coordinate their monitoring of Iran’s compliance, which could help prevent an unintended blowup of the deal, for which either country could be blamed.
Finally, in its public messaging about the costs of violating the deal, Israel should stop undermining the United States. At present, the credibility of the American claim that Iran will face punishment for violations of the deal is the single most important asset that Israel and the United States have; Netanyahu and Obama should both cultivate it deliberately. Netanyahu has repeatedly said that Iran will be able to break the deal and get away with it; he should change his tune, making clear that he believes such violations will come at a serious cost, levied by the United States. Obama and the next U.S. president should likewise make sure U.S. threats are taken seriously.
On the Palestinian issue, meanwhile, the United States should resist the temptation—still present in some circles in the Obama administration—to try to push the parties toward a comprehensive solution in the near term, because such a settlement is currently unobtainable. This is not because a realistic two-state solution aimed at conflict resolution rather than reconciliation is fundamentally impossible, as Yaalon has argued, but because the current set of Israeli and Palestinian leaders, and the current environment in the Middle East, is ill suited for the negotiation of one. Instead, the United States should focus on distinguishing between those short-term Israeli and Palestinian policies that will prejudice a future deal and those that will not. As it does so, it should pressure both sides to make choices that will keep options open in the long run.
With this in mind, the United States should change two major tenets of its current policy. First, Washington should promote interim steps between Israel and the Palestinians well short of a final-status agreement. The Obama administration has been loath to push for such steps, including Israeli withdrawals of settlers or troops from parts of “Area C,” the large portion of the West Bank that is under full Israeli administration. This reluctance stems in part from the understandable fear among the Palestinians, which Washington is sensitive to, that temporary agreements could become permanent, lessening the pressure on Israel without bringing fundamental change. And although the Netanyahu government has been open to some provisional steps, such as the easing of restrictions on Palestinian economic development in the West Bank, it has resisted settler and troop withdrawals, citing the perceived failure of Israel’s unilateral retreats from southern Lebanon and Gaza.
Many Israelis indeed believe that unilateral withdrawal [12] was tried in Gaza and failed. But Israel’s 2005 withdrawal was made up of two components, each of which should be considered separately: the withdrawal of Jewish settlements from the heart of a highly populated Palestinian territory and the withdrawal of all Israeli security forces from the area. The uprooting of the settlements was no easy matter—whole communities were forcibly removed and their homes and buildings razed, causing a deep rift within Israeli society—but it was also a strategic success; today, Israel does not need to protect a small number of settlers in a crowded and hostile area. The military aspect of the Gaza disengagement, however, was far less successful. In the vacuum it produced, Hamas came to power, Israel instituted a blockade, and Israelis and Palestinians alike have found themselves in a cycle of conflict that has devastated the Gaza Strip and routinely sends Israeli civilians to bomb shelters.
The main lesson from the Gaza disengagement, then, is not that redrawing temporary borders between Israeli and Palestinian populations is inherently dangerous but that unilateral military withdrawal is a mistake. Indeed, some Israeli leaders in the center and on the center-left have proposed that Israel withdraw some of its settlers from the West Bank while maintaining the Israeli military’s freedom of action there. Although it is unlikely to be pursued anytime soon, this policy should eventually make a comeback, in light of the lessons learned in Gaza.
The second big shift Washington should make is to match its words with its policies on settlement construction. The contradictions of Netanyahu’s wait-and-see approach to the settlements must be tackled head-on; left alone, additional settlement construction will lessen the possibility of any future partition.
In 2009, the Obama administration demanded a blanket freeze on the construction of settlements, including any expansion of those that would remain in Israel in any future agreement. That proved untenable in the long run, because it rallied the Israeli public behind Netanyahu and against the Obama administration. Although the United States has effectively abandoned this position, it has not publicly articulated one to replace it. To fill the gap, Washington should develop a policy that distinguishes between settlements that seriously degrade the possibility of a future partition and those that do not. It should vigorously object to construction in the former—particularly in and around East Jerusalem, where settlement construction prejudices the outcome of a future agreement the most—and tacitly accept it in the latter. And the United States should push for a more stringent definition of the boundaries of Israel’s more benign settlement blocs, based on limits developed in U.S. mediation efforts in recent years rather than on Israeli interpretation. Although such an approach would be difficult for Israeli and Palestinian leaders to accept, it would offer each a tangible political gain: tacitly legitimized construction in limited areas for the Israelis and an effective freeze on construction in zones that actually count in the long term for the Palestinians.
There is also much that Israel’s leaders could do toward similar ends—from ceding partial authority over certain areas to allow for greater geographic contiguity among Palestinian enclaves to financially incentivizing the gradual return of Israeli settlers from their most remote outposts. Those steps might be unlikely in the immediate term, but they offer a way to help forestall a far worse future.
CLEARING A PATH TO PEACE
The Palestinians, for their part, can do much to keep open the possibility of a future agreement. To start, they should take greater responsibility for their own political mess by constructing a unity government for the West Bank and the Gaza Strip, one that is willing to forswear violence and accept the possibility of peace with Israel.
That will be difficult: many Palestinian groups, Hamas chief among them, are opposed to peace, and Israel has often objected to proposed Palestinian unity governments that have included Hamas for just this reason. But the possibility of a future agreement will necessitate a single Palestinian government committed to peace, whether or not every constituent party belonging to it is similarly inclined. And it will require a Palestinian government that can effectively control its entire territory and all Palestinian forces. To advance this objective, Abbas should assume responsibility for the border crossings into and out of the Gaza Strip, something he has refused to do since the end of the conflict between Hamas and Israel in 2014. By committing Palestinian Authority personnel to facilitating movement across the border between Gaza and Israel, Abbas could ease Gaza’s dire economic situation and help forestall future fighting between Hamas and Israel.
Next, the Palestinians will need to return to institution building, particularly in the security sector, which must be strengthened in anticipation of Abbas’ departure from office, when the risk of violence will be highest. When that time comes, the Palestinian Authority should uphold its ongoing security cooperation with Israel, which is unpopular among the Palestinian people but crucial for their well-being. Such cooperation is also important for the possibility of long-term conflict resolution, because it helps diminish the fear and distrust that come from active conflict and that are central to the current diplomatic impasse.
In the absence of a final-status agreement in the near or medium term, banishing anti-Israeli and anti-Palestinian incitement from public rhetoric will also become more important. During negotiations for peace in previous years, Israel’s demands for a halt to such talk among the Palestinians often seemed like a play for time. But today, with so much time likely to pass before peace is reached, calls for violence from either side can have a pernicious effect well beyond their apparent scope by encouraging terrorist attacks against both Israelis and Palestinians.
Israeli and Palestinian leaders are unlikely to take serious interim steps toward peace in the near term. Yet the conflict has had many ups and downs over the years, and there will be opportunities for creative policy before long. And because a full resolution is not likely soon, it is all the more important in the meantime that Israel, the Palestinians, and the United States devise coherent policies that are at once realistic about the immediate future and consistently committed to longer-term objectives.
Israel’s anti-solutionism is not absurd, especially in the context of the country’s current geopolitical situation. Yet Israeli leaders can nevertheless be blind to the long-term effects of their actions, and there is much that could be done to improve them. For the Israeli-Palestinian issue, as for many others, it is in the pragmatic middle ground between cynicism and idealism that the best policies can be found.
This article was originally published by Foreign Affairs.
No hay país para los Judíos? Opinión
POR DANIEL GORDIS New York Daily News
Domingo, 18 de octubre 2015
Tenemos una joven profesora de idiomas en la universidad Shalem en Jerusalén, donde trabajo.
Ella es musulmana religiosa que lleva un hiyab, vive en uno de los barrios árabes de Jerusalém y es estudiante graduada en la Universidad Hebrea. Ella es divertida y cálida, y un gran maestra – los estudiantes la aprecian mucho.
Tarde en la primavera pasada, cuando las cosas aquí eran tranquilas, algunos de los estudiantes mencionó al jefe de departamento que todo lo que habían hablado con ella durante el último par de años, nunca habían hablado de política.
Tenían curiosidad de conocer su pensamiento sobre el conflicto en esta región, especialmente ahora que ella estaba enseñando en una universidad abiertamente sionista, había llegado a conocer a muchos estudiantes judíos y había desarrollado relaciones cordiales con ellos.
¿Cómo alguien como ella ve las cosas aquí?
¿Cómo creía que un día sería posible resolver este conflicto?
«Entonces pregúntenle», dijo el jefe de departamento. «Siempre y cuando ustedes hablen con ella en árabe (ella trabaja para ayudar a nuestros estudiantes a dominar el idioma), se puede hablar de lo que quieran.»
Lo hicieron. Le dijeron que ya que nunca habían hablado de la «situación» (como metafóricamente llamamos aquí en Israel), estaban curiosos de saber como ella pensaba que podríamos algún día resolverlo.
«Es nuestra tierra», ella respondió convencida. Aturdidos, no estaban seguros de que habían oído correctamente. Así que esperaron. Pero eso era todo lo que tenía que decir. «Es nuestra tierra. Están aquí por ahora.»
Lo que molestó a aquellos estudiantes más que nada no era que un palestino pueda creer que los Judíos son simplemente la última oleada de cruzados en esta región, y que, al igual que los cruzados de la antigüedad, algún día serian forzados a salir. Todos sabemos que hay muchos palestinos que creen eso.
Lo que les molesta era que ella – una mujer educada, obteniendo un título de posgrado (que nunca iba a suceder en un país musulmán) en una universidad de clase mundial (sólo Israel tiene los – ninguno de los vecinos de Israel tiene una sola universidad altamente calificada) y trabajando en un colegio lleno de Judíos que la admiran y la tratan como lo harían con cualquier otro colega – todavía cree que cuando todo ha terminado, la situación se resolverá al nosotros ser lanzados fuera de aquí, una vez más.
Incluso ella, que vive una vida llena de oportunidades que nunca podría tener en un país árabe, todavía piensa en el final del día, los Judíos no son más que los colonialistas.
Y colonialistas, ella cree, no duran aquí. El británico se deshizo de los otomanos, los Judíos se deshicieron de los británicos – y un día, ella cree, los árabes se librarán de los Judíos.
Esa es una de las muchas razones por las que esta reciente ola de violencia, que consiste principalmente de puñaladas mortales llevada a cabo por los árabes israelíes (no palestinos que viven sobre la Línea Verde) y los residentes árabes de Jerusalén oriental, tiene a los israelíes tan inestables.
Sí, la realidad sobre el terreno es aterradora.
La gente está siendo apuñalada en la calle, en los autobuses, en los centros comerciales.
Aquellos a ser atacados son hombres y mujeres de edad avanzada y los niños pequeños en sus bicicletas. Nadie es inmune, y a diferencia de la última Intifada, cuando atacantes suicidas trataron de lograr un alto número de víctimas, lejos de las multitudes, ahora se siente que nada es definitivamente seguro.
Pero incluso esta no es la dimensión más debilitante de esta nueva ronda de ataques contra los Judíos. Lo más preocupante es el hecho de que esta nueva ronda de violencia ha dejado claro, una vez más, que este conflicto es simplemente nunca va a terminar.
Lo que los israelíes están llegando a comprender en virtud del hecho de que los atacantes no son los palestinos que viven en campos de refugiados, pero los árabes israelíes – que tienen acceso a servicios de salud de Israel, la educación israelí, la libertad de prensa de Israel y el derecho de reunión, protección a los gays y lesbianas y mucho más – es que esta última ronda de violencia es simplemente la más nueva batalla en la Guerra de la Independencia que Israel ha estado luchando durante 68 años.
La guerra comenzó incluso antes de que Israel fuera un estado – los árabes atacaron a Israel no cuando David Ben-Gurión declaró la independencia el 14 de mayo de 1948, pero cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas votó – el 29 de noviembre 1947 – para crear un estado judío. Cuando la independencia formal siguió unos seis meses más tarde, las milicias árabes que atacan fueron reemplazados por los ejércitos de cinco naciones árabes – Egipto, Jordania, Siria, Líbano e incluso Irak (que se unió a la refriega a pesar de que no compartía una frontera con Israel).
Con los años, los enemigos han cambiado (Israel firmó tratados de paz con Egipto y Jordania, pero ahora existen los palestinos e Irán está a la vez la búsqueda de un arma de destrucción masiva y declarando que Israel debe ser destruido) y los métodos han cambiado (los ejércitos han sido sustituidos por el terrorismo en el país y una campaña internacional para deslegitimar a Israel en la ONU y más allá).
Pero el objetivo básico de los enemigos de Israel sigue siendo la destrucción del Estado judío.
Cada vez más, los israelíes (que, muestran las encuestas, abrumadoramente le gustaría salir de Cisjordania y vivir en paz junto a un Estado palestino que reconozca a Israel) (esto lo dice el autor pero las elecciones prueban exactamente lo contrario) temen que, si bien para nosotros este es un conflicto que puede resolverse mediante el ajuste de las fronteras y garantizar la seguridad para ambas partes, para nuestros enemigos se trata de una batalla de todo o nada en la que el único fin sería que Israel desaparezca.
Un diplomático emblemático de Israel, Abba Eban, dijo a principios de 1970 que «los árabes nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.» Era, por desgracia, una observación acertada. Y sigue siendo cierta.
Al unirse a la violencia y la respuesta a la incitación al presidente palestino, Mahmoud Abbas (Abbas insiste en que él no está incitando, pero que es evidentemente falso – si no otra cosa, su afirmación absurda de que Israel está planeando cambiar el status quo en el Monte del Templo resultó suficiente para inflamar toda una región), los árabes israelíes han tontamente ponerse en el lado equivocado de la historia.
En lugar de tomar una página de Martin Luther King, Jr., quizás protestar pacíficamente en nombre de otros palestinos, una minoría violenta ha elegido para mostrar su apoyo a la causa palestina más grande atacando Judíos inocentes. Y por lo general, el liderazgo árabe-israelí ha estado en silencio.
Los Judíos israelíes han tomado nota – y las consecuencias es probable que sean de larga data.
Mientras que los israelíes se sienten vulnerables, sino que también se sienten abandonados.
Cuando el secretario de Estado, John Kerry, dijo que no iba a «señalar con el dedo desde la distancia» a quien fue responsable de la violencia, y llamó a los últimos ataques parte de un «ciclo giratoria que daña el futuro para todos», convenció a los israelíes una vez más que la actual administración estadounidense ha abandonado cualquier capacidad de distinguir el bien del mal, sólo de injusta, sabio del destructivo. América es irremediablemente irrelevante en el Oriente Medio, lo que significa que Israel esta tristemente muy solo.
Cuando los estadounidenses digan en los meses y años por venir que el proceso de paz está estancado, los israelíes esperan que van a recordar que cuando la violencia estalló de nuevo, los periódicos del mundo lo ignoraron.
Cuando Abbas dijo que Israel había asesinado a un niño de 13 años de edad palestino atacó y la prensa israelí publicó entonces una foto que muestra el niño sentado en una cama de hospital israelí, Abbas no se retrae y el mundo ignoró su mendacidad.
Cuando se le pidió al secretario de Estado norteamericano comentar por qué la nueva ronda de violencia estalló, se negó a hablar de Abbas y dijo que no iba a señalar con el dedo. Cuando los palestinos incitaron, los árabes israelíes (20% de la población de Israel) que recogió los cuchillos convenció a muchos israelíes que eran enemigos, no sus conciudadanos.
Los Israelíes esperan que la gente recuerde todo eso, pero también sabemos mejor.
Cuando todo esto sucederá, nadie puede decir. Por el momento, sin embargo, el futuro de esta región va a ser sombrío. La desesperación y la sensación de haber sido abandonados Nunca sacar lo mejor en cualquier persona, no hacen más propensos a comprometerse.
Cuando los palestinos expresan sus objeciones a la ocupación, a los puestos de control, a los malos tratos a manos de los israelíes, esas protestas caerán en oídos sordos cada vez.
¿Por qué? ¿Es porque los israelíes no quieren la paz?
¿Es porque no entendemos que nuestro futuro sería mejor si los palestinos podrían tener un Estado que funcione democrático?
¿Es porque somos ajenos a sus quejas legítimas?
No. Es simplemente que sabemos, sin duda, que para nuestros enemigos, se trata de un conflicto no se trata de fronteras, sino de nuestro derecho a estar aquí.
Sabemos que, mayoritariamente, el mundo árabe sigue apostando a echarnos de esta tierra. Así que nos quedaremos, y resistimos – lo que el mundo piensa de los pasos que tenemos que tomar – durante todo el tiempo que sea necesario.
Porque como Golda Meir lo puso hace décadas con su ingenio característico, «los israelíes tienen un arma secreta – no tenemos otro lugar a donde ir.»
Gordis es un vicepresidente senior de Koret miembro distinguido y presidente del currículo central en Shalem College y autor de «Menachem Begin: La batalla por el alma de Israel.»